jueves, 23 de enero de 2014

Los valores y la añoranza

Reflexión de la temporada Navideña del año 2008.
Por Carlos Hernández Guerrero

Hoy en día vemos algo que las personas en edad madura o aquellas mayores de 39 años califican como “pérdida de valores”, lo que implica que antes existían o al menos eran mejores prácticas en el pasado.

Esto es relativamente cierto o impreciso, la historia demuestra también otro fenómeno que está a la vista de todos y se conoce como “cambio de valores”, que afecta tradiciones, costumbres y rompe paradigmas. A su vez, aparecen nuevas prácticas que en su difusión y repetición se estereotipan y se adquieren en múltiples sociedades.

Hubo generaciones que tuvieron cierto tipo de prácticas y creencias que duraron muchos años, algunas cientos o miles de años y por ello cuando dejan de practicarse con cierta regularidad, porque las nuevas generaciones adquieren otras o las modifican, se llega a sentimientos de añoranza.

Los cambios de las costumbres se deben a muchos fenómenos, y no siempre las nuevas formas o estilos de vida están acompañadas de buenos resultados degradando la dignidad del hombre. ¿Qué es una vida digna?, aquí es donde comienzan las discusiones y los más pragmáticos se inclinan por defender ciertos grados de libertad en defensa de sus preferencias culturales, políticas y religiosas, principalmente, tampoco abundaré sobre el tema en este ensayo.

Quiero citar para esto a Thomas Williams, en una publicación que divulgó MSN en 2007 respecto a los valores humanos:
“Los valores humanos son aquellos bienes universales que pertenecen a nuestra naturaleza como personas y que, en cierto sentido, nos humanizan, porque mejoran nuestra condición de personas y perfeccionan nuestra naturaleza humana.
La libertad nos capacita para ennoblecer nuestra existencia, pero también nos pone en peligro de empobrecerla. Las demás creaturas no acceden a esta disyuntiva. Un gato siempre se comportará como un felino y no será culpado o alabado por ello.
Nosotros, en cambio, si prestamos oídos a nuestros instintos e inclinaciones más bajas, podemos actuar como bestias, y de este modo, deshumanizarnos. Boecio, el filósofo y cortesano del siglo V, escribió:

"El hombre sobresale del resto de la creación en la medida en que él mismo reconoce su propia naturaleza, y cuando lo olvida, se hunde más abajo que las bestias. Para otros seres vivientes, ignorar lo que son es natural; para el hombre es un defecto.
Si no descubrimos lo que somos, tampoco descubriremos qué valores nos convienen. Cuanto mejor percibamos nuestra naturaleza, tanto más fácilmente percibiremos los valores que le pertenecen.

Entonces el debate no debería ser la pérdida de valores sino como estos se transforman o se adquieren otros en beneficio de una mejora de nuestra condición humana para el bien común. Ciertas tradiciones culturales y religiosas que en otros tiempos fueron la base de las principales culturas del mundo hoy se ven como valores que deben ser rescatadas, mientras que los grupos mas radicales apuestan por su desaparición. Estas preferencias por dejarlas en el pasado no precisamente se demuestran con negativas y desprecio por llevarlas a la práctica, simplemente las ignoran.

Pero también los grupos sociales que los consideran valores dignos de trascender hacen poco, y ese poco se hunde en acciones mediocres, cero efectividad. En ciertos pueblos y barrios se obliga a los niños y jóvenes a usar vestimentas y entonar canciones que no les encuentran un pelo de sentido y si mucho de ridículo, producto de un desconocimiento de tradiciones ancestrales de la sociedad a la que pertenece.

Esta forma de juzgar que tienen las nuevas generaciones, es el resultado de una cohabitación con un mundo invadido de mensajes sobre los nuevos estilos de vida, donde las personas que visten, usan y toman ciertos productos les permitirán alcanzar ciertos “niveles de éxito”. Los nuevos ídolos (principalmente músicos, deportistas, actores de cine y TV) que sirven como símbolos de los nuevos tiempos, forman ahora la nueva visión de millones de personas en el mundo.

Este fenómeno de “transculturación” es tan evidente que muchos grupos conservadores consideran que existe un atentado contra la identidad de los pueblos(1), aludiendo que los jóvenes rechazan mantener sus costumbres, creencias y tradiciones por culpa de la globalización avasallante.  En la difusión de mensajes sobre estilos de vida y nuevas formas de “vivir el mundo”, la tecnología juega un papel importante, aunque no precisamente determinante. Sartori por ejemplo, en su obra Homo Videns habla de la televisión como un medio que ha destacado por la forma como ha contribuido en las formas de percibir el mundo y modificar hábitos:

… Con la televisión, nos aventuramos en una novela radicalmente nueva. La televisión no es un anexo; es sobre todo una sustitución que modifica sustancialmente la relación entre el entender y el ver. Hasta hoy día, el mundo, los acontecimientos del mundo, se nos relataban (por escrito); actualmente se nos muestran, y el relato (su explicación) está prácticamente sólo en función de las imágenes que aparecen en la pantalla.
Si esto es verdad, podemos deducir que la televisión está produciendo una permutación, una metamorfosis que revierte la naturaleza misma del homo sapiens. La televisión no es sólo un instrumento de comunicación; es también, a la vez una paidea (2). En su ya clásico estudio, Werner Jaeger (1946) extiende el significado del término a toda la formación del hombre), un instrumento “antropogenético”, un médium que genera un nuevo anthropos, un nuevo tipo de ser humano.
Esta es la tesis, o si se prefiere la hipótesis… [sobre la que se centra la obra homo videns]. Una tesis que se fundamenta, como premisa, en el puro y simple hecho de que nuestros niños ven la televisión durante horas y horas antes de aprender a leer y escribir.
Continúa Sartori:
… Por encima de todo, la televisión es la primera escuela del niño (la escuela divertida que precede a la escuela aburrida); y el niño es un animal simbólico que recibe su imprint, su impronta educacional, en imágenes de un mundo centrado en el hecho de ver. En esta paideía, la predisposición a la violencia, es, decía, sólo detalle del problema (según se dice, el hábito a exponerse durante mucho tiempo a la TV). El problema es, que el niño es una esponja que registra y absorbe indiscriminadamente todo lo que ve (ya que no posee aún capacidad de discriminación). Por el contrario, desde el otro punto de vista, el niño formado en la imagen se reduce a ser un hombre que no lee y, por tanto, la mayoría de las veces, es un ser “reblandecido por la televisión”, adicto de por vida a los videojuegos.
… Y con la imagen, que destrona a la palabra se asedia a una cultura juvenil que  describe Alberoni (1997): Los jóvenes caminan en el mundo adulto de la escuela, del Estado […] de la profesión como clandestinos. En la escuela, escuchan perezosamente lecciones […] se parapetan en su habitación con carteles de héroes, ven sus propios espectáculos, caminan por la calle inmersos en su música (3). [Encuentran al final del día el momento en que se apiñan unos con otros en convivencias llenas de múltiples ruidos y escapes de la complejidad de la vida real (4)]”

No es que Sartori “satanice” a la televisión (aunque así lo parece), lo que al menos entiendo, es que el problema radica principalmente en los contenidos de la gran mayoría de los programas. Poseen una gran cantidad de mensajes cuyo propósito está por encima de “el bien educar”: la promoción comercial, creando hábitos de consumo del televidente, comenzando por el de “consumir tiempo” frente a esta.

Respecto a la internet, hay mucho que decir, “la televisión nos permite verlo todo sin tener que movernos: lo visible nos llega a la casa, prácticamente gratis, desde cualquier lugar. Sin embrago no es suficiente. En pocas décadas el progreso tecnológico nos ha sumergido en la edad cibernética, desbancando – según dicen a la televisión. En efecto, hemos pasado, o estamos pasando a una edad multimedia en la cual, como su nombre lo indica, los medios de comunicación son numerosos y la televisión ha dejado de ser la reina de la “multimedialidad”. El nuevo soberano es ahora el ordenador, [la computadora], y con él la digitalización de todos los medios) no sólo unifica la palabra, el sonido y las imágenes, sino además introduce en los “visible” realidades simuladas, realidades virtuales. La llamada realidad virtual es una irrealidad que se ha creado con la imagen y que es realidad sólo en la pantalla. Lo virtual, las simulaciones amplían desmesuradamente las posibilidades de lo real; pero no son realidades”.

Desde hace 10 años, las estadísticas mundiales revelan que los niños entre 3 y 7 años de los países industrializados se la pasan casi 3 horas diarias frente al televisor, un 19 por cierto llega hasta a 5 horas cotidianamente. En Estados Unidos ocurre con los muchachos de entre 6 y 12 años, y en México, siendo una sociedad donde existen grandes carencias para una alimentación sana, se cree que este porcentaje es mucho mayor. El resultado es una población estudiantil con bajos rendimientos en su desempeño escolar, pero con grandes habilidades en videojuegos y en manejo de dispositivos móviles como celulares y dispositivos de reproducción de música portátil.

Y sin embargo, es increíble encontrar jóvenes que han logrado combinar habilidades para destacar en sus estudios, aprovechando los medios tecnológicos existentes y sus responsabilidades escolares. La tecnología tiene por sí misma un fin, y consiste en hacer más cómoda la vida, hacernos más accesibles los medios de subsistencia. En esa comodidad radica una parte de la función de la televisión, y la educación, cuando se adquiere por métodos televisivos, se convierte en la herramienta intelectual del hombre para esa subsistencia.
De aquí podemos mencionar que las nuevas generaciones han entrado en un estado de “velocidad” en la formas de adquirir experiencias. La televisión – espectáculo muestra diferentes grados de vivir (satisfactores), pero la internet ha superado en gran medida esa percepción al hacer al individuo un elemento
“participativo” a diferencia de la televisión donde es un receptor pasivo.

Anteriormente mencionaba que el entendimiento de la palabra “libertad” está pues en función de los intereses de cada individuo o de grupos, y en el caso de un cibernauta o adicto a la Internet, la entienden como cantidad y velocidad: una cantidad creciente de almacenamiento de datos y velocidad de elaboración y transmisión cada vez mayor. Pero cantidad y velocidad no tienen nada que ver con libertad y elección. Al contrario, un elección infinita e ilimitada es una fatiga infinita y desproporcionada, lo que la hace colosal y peligrosa. La capacidad de observar y elegir entre miles y millones de mensajes, la capacidad de abstracción
para adquirir nuevos conocimientos a partir de tantos elementos presentes en una pantalla es un privilegio de pocos, y sin embargo, no todo se asimila y tampoco nadie está satisfecho.

Las facilidades que ofrecen los mecanismos de consulta, como medios interactivos para obtener información de Internet, han traído por consecuencia un mal entendimiento de la “utilidad” que tiene o puede tener ese gran almacén de datos. Las consecuencias son una gran cantidad de individuos que califico como generación del “copy – paste” (copiar y pegar), porque se puede buscar arbitrariamente cualquier palabra y aparecerán como resultado una infinidad de citas que el usuario debe aprender primero a analizar y elegir apropiadamente. Al contrario de esto, muchos estudiantes seleccionan lo que aparece en primera instancia colocándolo en un documento para después obtener una copia impresaque presentarán como resultado de su “investigación”. 

La tecnología está ahí como producto de la capacidad del hombre para transformar el medio en su propio beneficio, pero muchas de sus acciones no permiten caminar en el mismo sentido. Estas acciones son simplemente imbéciles, porque precisamente no es capaz de discernir sobre lo que es realmente útil.

¿Qué está ocurriendo con nuestra capacidad de asombro?, ¿es posible que ésta se esté perdiendo?, no es del todo correcto hablar de algo que desaparece de nuestra condición humana, lo que realmente ocurre es que con el paso del tiempo, las nuevas generaciones apenas se sorprenden a edades muy tempranas, algo que antes era común a lo largo de toda la vida. Los niños ya dominan el control remoto desde los 3 años y ya tuvieron contacto con imágenes que todavía no comprenden, pero que por su naturaleza indagan motivados por su inquietud. Conforme se van desarrollando, han visto mucho o demasiado, ahora falta experimentarlo.

En un ensayo anterior (5), cité el caso de las actitudes de las nuevas generaciones en la hiperestimulación:



Después de esto, hablarles de cuentos de hadas e historias que, para un adulto de hoy, ayer fueron parte de sus fantasías, son desechadas por los niños cuyas mentes están invadidas por imágenes que requieren ser comprobadas y puestas a prueba. Al menos, deben ser superadas por otras nuevas; esto se ve muy fácil en la evolución de los videojuegos, acompañados por los grandes promocionales que se perciben en anuncios comerciales y por el contacto con otros niños en el vecindario o en las escuelas.

Los valores religiosos son también los que están en peligro de transformarse y desaparecer. Hay una diferencia entre los valores humanos en general y nuestros propios valores personales. El concepto de valores humanos abarca todas aquellas cosas que son buenas para nosotros como seres humanos y que nos
mejoran como tales. Los valores personales son aquellos que hemos asimilado en nuestra vida y que nos motivan en nuestras decisiones cotidianas.

Podríamos comparar la diferencia entre los valores humanos en general y los valores personales con la diferencia que hay entre ciertas comidas y su respectivo valor nutricional para el cuerpo humano. La nutrición es para el cuerpo lo que los valores son para la persona humana. El hombre en su naturaleza es un ser religioso, y esa religiosidad aumenta o disminuye según las circunstancias a lo largo de la vida. Thomas Williams coloca los valores religiosos por encima de otros como los valores biológicos, humanos, morales o éticos. Nos dice Williams:

“…Hay todavía un cuarto nivel de valores, el más elevado, que corona y completa los valores del tercer nivel, y que nos permite incluso ir más allá de nuestra naturaleza. Son los valores religiosos. Éstos tienen que ver con nuestra relación personal con Dios.
El mundo de hoy pasa por alto un hecho muy sencillo: la persona humana es religiosa. Aunque seguramente será difícil encontrar esta afirmación en un texto de sociología, no ha habido en la historia una sola sociedad que no haya sido religiosa. Preguntar por la existencia de Dios es algo que está íntimamente unido al por qué de la existencia humana. Buscamos de forma natural la trascendencia, porque es lo que da sentido y significado a nuestra vida sobre la tierra. Si el hombre cultiva los valores religiosos con tanta tenacidad, es porque ellos corresponden a la verdad más profunda de su ser.”

Muchas de las actitudes de las personas que se llaman religiosas tildan en la hipocresía. Las iglesias se saturan de personas cada Domingo, pero es risible ver como una gran cantidad se queda a fuera sin tener una participación real de la liturgia. Si tuviera sentido real asistir al acto religioso y no alcanzan una posición adecuada para el evento, lo correcto sería procurar regresar con mejor tiempo en la siguiente sesión y obviamente no es así, porque el hecho de estar ahí físicamente satisface su “necesidad de cumplir” no de entrar en comunión con Dios.

He escuchado de conocidos y familiares frases como estas: “voy a misa porque tengo que llevar a mi novia” o “me invitaron a una misa de 15 años, llevaré un jueguito para entretenerme”. He percibido también como personas con tal de “matrimoniarse” llevan a cabo el enlace religioso sólo para cumplir un requisito de carácter social o para cumplirle a la esposa o la novia que es muy devota, pero están más preocupados por el “glamour” de la fiesta, las jornadas de juego con los amigos y el derroche de lo que debía ser para satisfacer necesidades de la casa. El grado de religiosidad, es decir, la forma como llevan a la práctica sus fe es simplemente nulo.

También están las acciones de quienes se dicen “muy creyentes”, poniendo en evidencia sus fachas de incondicionales del cura, exhiben un sin número de plegarias fuera de tono y para desgracia de nuestros oídos, maldiciendo a quienes “no practican la fe” como ellos. Estas actitudes favorecen la incredulidad de la
mayoría de los que necesitan verdaderos portadores de esperanza y entrega con honradez y ejemplo en la familia y en el trabajo.

¿Y qué hay de las festividades navideñas?. Hace algunas décadas, por mis rumbos de infancia, era común escuchar cánticos religiosos en cada calle, señal para aprovechar con mis hermanos para visitar cuantas posadas fuera posible. Eso también habla de una afición por las fiestas y los dulces, no precisamente por tener un alto grado de religiosidad (¡ooooraaaa pro nooobisss!, ¡entre tantos peregrinos, peregrinos, reciban este rincón!...) .

Aún así, recuerdo que la Navidad la esperaba con una alegría indescriptible, los rezos y los cantos populares estaban muy arraigados en mi memoria. Conocía perfectamente cómo debía ser la procesión de los santos y las frases que debía repetir aunque desconociera sus significados. Y sin embargo algo me decía que, fuera de todo proceso racional, encontraba tantos elementos de calidez y alegría que me invitaban a participar con entusiasmo. ¿Será que en casa no había una computadora ni Internet ni videojuegos?, ya teníamos televisión, pero quizás la variedad de programas de aquél entonces carecían de los elementos de impacto que tienen hoy en día.

Las posadas que conocí en esos tiempos han desaparecido, porque sus organizadores dejaron de ser personas que ponían su propio esfuerzo y recursos para llevar la fiesta a sus vecinos. El motivo más simple se traduce en la capacidad económica, pero también en su grado de religiosidad. Si la fe y las costumbres se mantuvieran con el arraigo de antes, una buena organización sería suficiente para mitigar los altos costos, los niños dejarían a un lado sus “Xbox 360” y pedirían a sus padres permiso para acudir temprano a cantar, a ir por sus “aguinaldos” y la oportunidad de romper las piñatas a palos.

No hay duda, las tradiciones de nuestros padres y abuelos, quienes nacieron antes de la década de lo 70’s del siglo pasado, están en decadencia. Casi aplica el término con el que comencé este ensayo: “pérdida de valores”. Los nuevos valores se fincan en actitudes derivados de las actuales realidades de la sociedad: crecimiento urbano desmesurado, desintegración familiar, actitudes impulsivas por imitar estilos de vida que resultan muy costosos, baja calidad de educación, abundancia de corrupción, falta de autoridad, etc.

Pero también están los medios tecnológicos que vienen a proveer de los satisfactores que no dan los tradicionales, como la moda artística musical y plástico, la aparición de formas de entretenimiento que traen velocidad a nuestros ritmos de vida: el cine, la televisión, las computadoras ultra – portátiles, comunicación y localización móvil y la Internet.

La pérdida de una identidad no se limita a los individuos sino a sociedades enteras, y muchas veces vienen como producto de un proceso complejo entre lo que se percibe y aprende en la interacción constante que vivimos, sometemos a juicio ya adquirimos lo que cada quien y cada grupo decide, para bien o para mal.
Citando a Sen anoto lo siguiente:


Hoy en día, el nuevo analfabeto no es precisamente quien no sabe leer ni escribir, sino aquél que no está preparado para enfrentar el mundo con conocimientos básicos relacionados con los computadores. Siendo esto una necesidad, es fácil pensar que muchas personas encuentran poco atractivo dedicar unos minutos a la oración y si muchas horas a mantenerse frente a sus pantallas, ya sea aprendiendo algo o perdiendo el tiempo intercambiando chismes y degradando la calidad comunicativa.



Citas pie de pagina.
1) (El pensador de origen hindú, Amartya Sen publicó en 2000 la relación entre la identidad y razón, donde para todo individuo, es la primera es decir, la razón como precedente a la adquisición de la identidad individual y colectiva y como esta se puede alterar debido a múltiples situaciones.).
2) de origen griego denomina al proceso de formación del adolescente (país, paidós)
3) El nexo entre cultura juvenil y música rock lo ha explicado con gran agudeza Allan Bloom (1987, pp. 68-81), que observa que “con el rock, el hecho de estar reunidos consiste en la ilusión detener sensaciones comunes, el contacto físico y las fórmulas emitidas a las que se les supone un significado que supera la palabra” 
4) El contenido entre llaves es agregado por mi mismo.
5) Carlos Hernández Gro., Ecosistema Educativo, mayo 2006.
6) Sen, Amartya, 2000. Razón e identidad. Letras Libres.


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