martes, 6 de mayo de 2014

Julio Cortázar y la esencia de los primeros teclazos

Por Carlos Hernández Guerrero, Mayo de 2014.

Lo que aquí se presenta se elabora dentro de los propósitos que implica el Taller de escritura experimental impartido por el Instituto Cultural de León (ICL) y que encabeza la maestra Paola Mares, que entre otros, es el de encaminar a individuos como yo en esa fantástica tarea de escribir. Agradezco en forma especial las atenciones de la Lic. Ángeles Suárez Tacotalpan Directora de la Feria Nacional del Libro de León, FENAL 2014.

Mesa Homenajes FENAL, Los Juegos de Cortázar.

30 años ya que partió Julio Cortázar y en estos días en que otros grandes escritores han cumplido con su estancia en el mundo, recordar su obra y legado se vuelve casi obligado. En efecto, en 2014 se cumplen tres décadas sin la presencia viva de Julio Cortázar y 100 años de su nacimiento.  Este pequeño trabajo de reflexión se incrusta en la diversidad de opiniones que se llevan a cabo dentro del gran encuentro de las letras que es la XXV Feria Nacional del Libro de León 2014, FENAL.

Para algunos críticos literarios como Rodrigo Fresán, quien en 2004 nos remontó a una conversación que sostuvo con Francisco Porrúa y publicado en Letras Libres (2004), nos coloca en el espacio íntimo del escritor, como esas reflexiones y cuestionamientos que surgen en muchos de los lectores, preguntas acerca de los motivos que los habrían llevado a desarrollar sus obras literarias, así como los instantes que les rodeaba alrededor de su máquina de escribir.

Ese estereotipo del escritor iracundo, casi desesperado por el parto que implica sacar lo que se ha concebido en su cabeza, soltando ruidosos golpes en el rodillo de una máquina de escribir y que hoy en día, nos parece sorprendente al no contar con las bondades que brindan las actuales computadoras y sus procesadores de textos. A Cortázar le distingue no sólo un estilo, sino una habilidad sorprendente para dejar cuartillas limpias, que implica un desarrollo de la idea de principio a fin, casi sin corregir desde que inserta la hoja en la máquina de escribir al grado de que en 1983, en una entrevista a The Paris Review afirma:

"Esto es consecuencia de que las cosas ya han sido elaboradas en mi interior. Cuando veo primeras versiones de algunos amigos escritores, en las que todo está corregido, todo cambiado, todo movido, y hay flechas por todas partes... no, no, no. Mis manuscritos están muy limpios."

Continúa a la vez Francisco Porrúa, (editor de su obra Rayuela y también de Gabriel García Márquez en Cien años de Soledad) quien confirmaba lo anterior: "Los originales de Cortázar eran de una limpieza casi preocupante. Era algo que casi intimidaba. Alguna vez lo vi en acción, a la hora de escribir una carta; pero nada me hizo pensar que su actitud sería diferente a la hora de las ficciones: inmenso como era, con esas manos, sentado frente a su máquina de escribir que de pronto parecía casi una miniatura, un modelo a escala. Cortázar golpeaba las teclas con fuerza, como si diera martillazos. En realidad, era como si la máquina fuera él: arrancaba con la primera línea y no paraba hasta el final. No dudaba, no corregía, no hacía un alto para pensar en la siguiente palabra. Las letras le salían de los dedos. Te daba la impresión... la certeza de que todo lo que Cortázar escribía lo escribía para siempre."

Argentino pero con nacionalidad francesa y nacido en Bélgica, Cortázar escribió para una sociedad universal, desde su caleidoscopio latinoamericano, Rayuela publicada en 1963 es para muchos su obra cumbre, un efecto en el arte que sirvió para darle un vuelco al estilo que se desarrollaba en los años 60’s del siglo XX y pretende concebir al mundo en diversos tratados de la realidad como son sus libros La Vuelta al día en ochenta mundos y Último round. Graciela Speranza (Letras Libres, 2009) nos lleva a un instante reflexivo que habla de ese vuelco “antes de la literatura de Cortázar, no existía esa amalgama de rigor y gracia, realidad y fantasía, alto y bajo, convicción y desprejuicio. La posibilidad de reunir pasión intelectual y experiencia pura, la adecuación de audacia formal y fluidez narrativa que hoy se celebran en las ficciones del chileno Roberto Bolaño florecieron sin duda en la obra de Cortázar y abrieron una nueva vía para la literatura en lengua española. Bolaño nunca dejó de reconocerlo (“Cortázar, que es el mejor”, dice en un repaso de la gran tradición argentina) y está claro que su “modernismo visceral”, con un fondo romántico y surrealista, abreva en ese camino, en confluencia feliz con la vía regia abierta por Borges.

A los estudiosos y críticos de la literatura reciente cuasi contemporánea donde movimientos artísticos están más revueltos que una receta perdida de la abuela, les toca una labor difícil para saber dónde comienza el verdadero autor y dónde se mezclan las aportaciones de otros escritores que le sembraron sus propias formas (o deformaciones de la realidad) incrustadas en sus propias producciones. Hasta en sus estilos de vida llevan a muchos genios a mantener una distancia con la sociedad que les rodea, pretendiendo detonar sentimientos, luego sembrarlos en el mundo a través de una labor de sus editores a quienes mucho trabajo les queda para esa labor muy semejante a de una sociedad de agricultores, si me es permitido verlo así, con una gran riesgo por fenómenos del ambiente que son ajenos a la voluntad.

¿Dónde está la influencia de Cortázar en la literatura de finales del Siglo XX y principios del XXI?, Los escritores de hoy, desde mi punto de vista, tienen una obligación con la lectura y un nodo medular en los estilos básicos de Cortázar, aunque la discusión sobre conceptos como naturalidad, realismo, lo imaginario y lo fantástico se lo pretenden apropiar gentes de supuesta autoridad intelectual que juzgan y condenan a cualquier atrevido que juega con la palabra y los límites del lenguaje. Quien decida incursionar en una aventura como ésta, la de escribir, deberá ignorar que los ojos del mundo, aunque ciegos, tienen una agudeza natural para colocar sus trabajos en un paredón y ser unos impotentes testigos de su reacción defensiva. Por supuesto Cortázar lo sabía desde un principio, pero lo ignoró, como lo deben hacer quienes tienen una visión de sus propios instintos, de las exigencias de su curiosidad y sueños sin sentarse a meditar en los vacíos, la dureza de las vísceras o virtudes de los posibles lectores.

Fragmento de Rayuela, Capítulo 7 (de mis preferidos y de todos los lectores de Cortázar, supongo):

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Muchas gracias.
Carlos Hernández Guerrero
FENAL 2014.