Por Carlos Hernández G.
Hace
mucho que no escribía artículos para mi blog, y tal parece que lo hago en un
momento desgraciado. Así es, ahora me surgieron diversos e inquietantes
pensamientos derivados del muy reciente fallecimiento de Stephen Hawking, uno
de los mayormente reconocidos científicos del mundo actual.
Totalmente un icono por su aspecto, derivado de una enfermedad de la que no viene al caso
citar, supongo que si no fuera por esto, podría haber sido como muchos otros
que sólo los mencionamos por sus teorías y dentro de esos círculos cerrados del
mundo intelectual científico.
En
mis años mozos (hablo de hace poco más de 20 años) incursioné mis inquietudes para
estudiar ciencias aplicadas en la física. Tuve la fortuna de ser asesorado por
varios prestigiados investigadores como Cliserio Avilés (QEPD) o por el Mtro.
Manuel Romero Jacuinde en el Instituto de Física de la Universidad de
Guanajuato. Yo aún me encontraba estudiando mi ingeniería en sistemas
computacionales en el Instituto Tecnológico de León pero junto con varios
amigos, entre ellos Pepe Sandoval, teníamos inquietudes (muy comunes a esa
edad) sobre la mecánica o funcionamiento del Universo.
Claro,
no faltan las personas que piensan que eres un maldito buscador de vida
extraterrestre (y eso de "malditos" va porque su búsqueda está casi basada en
elementos meramente estadísticos y son perseguidos, casi condenados por
sociedades pseudo científicas que afirman tener evidencias irrefutables de su presencia en la Tierra). Aun
así, era inquietante el uso de los modelos matemáticos que anteceden como siempre
a la tecnología para el establecimiento correcto de un marco hipotético y el
paso a la comprobación mediante las preguntas adecuadas. Hago mención, para no quedar como aguafiestas, de que soy un gran soñador, deseoso de encontrar evidencias de vida inteligente fuera de nuestro planeta. La sensación de estrecharle la mano a un hombrecillo verde sería indescriptible.
En
1988, Hawking plantearía lo siguiente en cuanto a cuál sería la razón final del
Universo: "Si encontramos la respuesta a eso, sería el triunfo definitivo
de la razón humana, pues entonces conoceríamos la mente de Dios". (Breve
historia del tiempo, 1988) Y precisamente, mi herencia cultural religiosa, como
en muchas personas más, nos invita a cuestionar lo que “sabemos” y lo cual es
requisito indispensable para una formación de carácter científico. Jamás he
salido de mis interrogantes; pero en mi interior sigo jugando con mis
dogmas, ya que en general muchas de las intrigas sobre nuestra naturaleza, se
cuelgan del mismo hilo como la ropa recién lavada "No es necesario invocar
a Dios para encender la mecha y darle inicio al Universo". (El Gran Diseño,
2010). La idea de una mente abierta al conocimiento también me fue
maravillosamente contagiada por otro gran divulgador de la Ciencia como el
también ya desaparecido Carl Sagan cuando me habló sobre la necesidad de
impulsar la mente escéptica.
Tratamos
de comprender entonces nuestra naturaleza, pero internamente para la mayor
parte de la humanidad, apenas está tratando de entender por qué no es realmente
feliz, o por qué no le alcanza para comer. Así de corta es la visión de muchos
seres humanos, lo que tendrá para el día siguiente, cuando otros, nos inundamos
de imágenes complejas sobre el origen del todo, y su posible e inquietante fin,
o mejor dicho, “sentido”. No hay seres perfectos, dicen en el ardid del vulgo,
y en efecto también se dice que debemos estar en permanente búsqueda de la
perfección, para Hakwing "Sin la imperfección, ni tú ni yo
existiríamos". Decía en su programa de Discovery Channel en 1910 “El
universo de Stephen Hawking".
Cuando
tuve la oportunidad de desarrollar mi modelo matemático para establecer la complejidad
de los movimientos de los cuerpos en el espacio (lo cual era por demás
entendimiento ancestral para cualquier estudiante de física) citando a Kepler y
Newton, luego aparecía Einstein, jugábamos a comparar la cuestión de mecánica
cuántica para los cuerpos a nivel atómico. Se generaban inquietantes preguntas
que justificaban esos principios de incertidumbre y se hacía necesaria la
puesta básica de ciertos axiomas o caeríamos en juegos mentales que no llevan a
nada, sobre lo cual nuestro mentado científico establecía "Einstein estaba
equivocado cuando dijo 'Dios no juega a los dados'. La consideración de los
agujeros negros sugiere que Dios no solo juega a los dados, sino ocasionalmente
nos confunde lanzándolos a donde no podamos verlos". (La naturaleza del
espacio y el tiempo, 1996).
Desde
luego, nunca me convertí en un matemático ni astrofísico; me quedé en un nivel
preescolar comparado con grandes estudiosos que por el contrario, ahora son envidiables
investigadores nivel SNI, publicando y editando “papers”, calificando proyectos
de emprendedores en materia de ciencia y tecnología o simplemente aportando
opiniones en algunas páginas editoriales. Pero mis inquietudes y capacidad de
asombro por el gran misterio del mundo que habitamos, su origen y sobre todo el
saber cómo funciona, me persigue a cada momento. De cualquier manera, gracias a
mi incesante inquietud por aprender los elementos matemáticos más elementales
de esa ecuación que es la mecánica del movimiento interestelar, pude estar al
frente de alumnos de bachillerato e ingeniería en temas de cálculo y física.
Estoy
agradecido a lo lejos con gente como Hawking, Sagan o Asimov. Este último,
gracias a sus novelas de ciencia ficción, encontraba en la fantasía respuestas
alternativas y maravillosas a lo que quizás nunca llegue a comprender
realmente. Me mueve también una fe en la trascendencia de nuestro espíritu, que
encaja en los misterios que pretendemos sean también un punto de partida para
la esperanza de que no todo está aquí para ser sólo una simple casualidad, y
esto es un ejemplo el poder que nos da la vida.
Me
quedo con esta última de sus frases: “Por
difícil que parezca la vida, siempre hay algo que puedes hacer y tener éxito. Es
importante que no te rindas.”
Descansa en paz Stephen Hawking (aunque quien sabe, si estando en esas otras dimensiones, tengas nuevas preguntas por resolver).