miércoles, 2 de julio de 2014

Jose Emilio Pacheco, un acto de impudicia ejemplar.

Escribir sobre sí mismo, un acto de impudicia ejemplar.
Por Carlos Hernández Guerrero

Gracias por la invitación a Celia Vera para continuar compartiendo nuestros escritos en el muro de la red social, aunque les comento que en lo particular me encuentro retirado de esta noble afición (no recuerdo el momento de mi entrada, si es que alguna vez lo hice), pero me gusta leer lo que otros hacen, principalmente personajes destacados, del cual citaré algunos textos que luego hago algunas reflexiones y si es posible, trabajillos que rayan solo en los lamidos de la crítica. En esta ocasión, ya que estamos conmemorando los 75 años de José Emilio Pacheco y recientemente retirado por los caprichos de la vida que culminan con la muerte (dicho sea de paso).
En 1965 redactaría muy a su pesar "Es ésta la primera ocasión en la cual —por debilidad masoquista que deploro o un germen de exhibicionismo que ignoraba— me atrevo a escribir directamente sobre mí, en un acto de impudicia ejemplar.” nos dice el escritor en un texto autobiográfico.

Pacheco y Fuentes, tomada de imágenes de Google, Sin EmbargoMX
Dados los propósitos de este espacio de las redes sociales, dedicado a la tarea de escribir, donde nos podríamos autodenominar escritores, el mismo Jose Emilio Pacheco parece lanzar disparates contra su profesión adquirida, como muchos de nosotros, al rugir del cañón que no deja de gruñir en el interior pues padecemos de una posesión cuasi demoniaca para plasmar en papel ocurrencias venidas de los túneles de la imaginación. En el trabajo que publica el blog del Círculo de poesía se cita a Salul Bellow (por el mismo Pacheco como introducción a su propio texto) sobre la literatura y sus razones:
“Por una parte la literatura, la trágica y la cómica, pertenece al reino de la felicidad; por otra, los escritores suelen ser infelices perturbados. Nunca se les examinó con tanta atención. Antes no era frecuente que el escritor tuviera que dar explicaciones sobre sí mismo. Cuando el poeta trata de interponerse en la lucha entre Bruto y Casio, lo echan fuera. No le piden que dé las razones históricas por las cuales es poeta. Es demasiado poco para eso. Y creo que su falta de importancia en aquella época era una de sus ventajas. Ahora hay gente dedicada al estudio de los poetas y a fastidiarlos e investigarlos. A ellos, a todos los demás escritores, se les hace —o se hacen ellos mismos— muchas preguntas serias y de peso. Lo cual significa que la sociedad se interesa por la literatura más de lo que se interesaba, o bien que no resiste la tentación de entremeterse en algo relacionado con la felicidad a fin de estropearla de algún modo.”
El Sr., el respetable José Emilio Pacheco trabajó como pocos en la literatura, como escritor pero también era un idealista que compaginaba con una izquierda de antaño. Vivió en carne propia acontecimientos de los años 60’s, sin encabezar ninguno pero de la mano con otros pensadores que luchaban desde su “búnker” intelectual y luego con huelgas de hambre contra las detenciones de gente como Siqueiros y José Revueltas el autor de El Apando, obra digna de todo activista. Consciente pues de su compromiso con sus ideales y el nivel que se puede alcanzar al socializar con una comunidad que comparte intereses comunes, llevó a cabo sus actos de rebeldía que calificó de “románticos” de los cuales consideró solo había obtenido la burla unánime de los pocos que se enteraban. Escribía pues en sus textos acerca de los acontecimientos: “Probablemente la intelligentsia mexicana tuvo razón al burlarse de la huelga en San Carlos; pero quizá haya sido un primer paso para insinuar que, llegado el momento, también nuestros escritores podrían comprometerse personalmente y no sólo en términos literarios o ideológicos”.
Era también consciente del gran poder derivado de la capacidad creativa que poseía, pero nos revelaba con sus reflexiones una obvia intención por hacerse ver, por parecer humilde, detestaba la codicia de los que dominan lenguajes sepulcrales repletos de palabras propias de los elevados diccionarios. Se humilla en sus pensamientos dándonos una leve sensación de comprensión y palmaditas para su laurel que por naturaleza le venía a la cabeza. Decía pues, para que vean por qué lo digo: 
Sin sombra de falsa modestia, me considero un escritor que comienza y vive los años iniciales de un aprendizaje interminable. Alguien sin muchas pretensiones que conoce y explora un mundo menor y limitado. Mi mayor problema literario, fatídico para quien intente la narrativa, es el respeto excesivo por los demás. Me he privado de escribir muchas cosas por el temor de traicionar o herir a quien me dio su confianza. El ejercicio de la poesía libera de toda tentación autobiográfica: ninguno de mis cuentos ha vencido el pudor y no puedo narrar experiencias íntimas.”
Foto tomada de Círculo de Poesia.
Hombre de su tiempo, tuvo el gran honor de convivir nada más y nada menos que con gento como Juan José Arreola, Juan Rulfo, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Emmanuel Carballo, Alí Chumacero y era primo del actor Carlos Ancira. Siguiendo su supuesta modestia, se retrate nuevamente sin afán de reconciliación a una etapa temprana de su vida como escritor (recordemos que lo escribe en 1965) y creo que hasta el día de su muerte jamás cambió su visión ni su manera de pensar, ni del mundo, ni de si mismo:
“Es ésta la primera ocasión en la cual —por debilidad masoquista que deploro o un germen de exhibicionismo que ignoraba— me atrevo a escribir directamente sobre mí, en un acto de impudicia ejemplar. Lamento paradójico, pues todo libro es una indiscreción monumental, y un poema se define por ser el impudor quintaesenciado. Pero no hay que pintar con el hocico, día Holbein. Menos hay que escribir con el hocico, y el escritor haría bien en cortarse la lengua. Porque la ración de culpa que le ha tocado expiar a cada hombre para un escritor se manifiesta en el remordimiento de haber hecho mal las cosas, de no poder conciliar sus necesidades de trabajo con el fervor cotidiano que requiere la obra literaria; haber difamado a nuestros amigos, hablado de lo que se ignora, y sobre todo en el horrible malestar de saber que nuestra vanidad no está en consonancia con lo que hemos hecho ni con nuestros actuales esfuerzos.”

En memoria de José Emilio Pacheco, algunas notas tomadas de El Circulo de Poesía: 
Los narradores ante el público, México, Joaquín Mortiz, 1966, 243-263.