Gabriel García Márquez, mucho
se ha dicho ya.
Por Carlos Hernández Guerrero
Al parecer, los escritores,
cuando se vuelven famosos, tienen como principal enemigo a su propia
personalidad, incluso cuando tratan de huir de ella, jamás se podrán separar. Su
obra es un grillete muy pesado y un bastión en forma de navaja que corta sin
remedio las conciencias de los lectores, apartándolos o contaminando sus
entrañas mentales.
García Márquez no esperaba
vivir de la farándula, sino de su propia imaginación, que no era del gusto de
muchos lectores, tal como me manifestaron algunos amigos y conocidos que tienen
el gusto por leer y escribir desde su propia perspectiva del arte. La
literatura hispanoamericana coloca a uno más de los mejores escritores en el
pedestal de la inmortalidad y sin embargo, tenemos la fortuna de que el
ambiente está repleto de incansables emprendedores de estas aventuradas pinceladas
de letras que están esperando la bendición que otorga el tiempo y un número
aceptable de lectores aficionados.
Esperemos pues que la fortuna
nos permita descubrir las nuevas propuestas que ondean en el ambiente, no para
el reemplazo de los ya idos, sino para colocar un ladrillo más en un castillo
enorme de imaginarias historias que nos permiten jugar con mundos alternos sin
abandonar nuestra realidad, cargada de sarcasmo pero siempre con esperanza.
Gabo partió finalmente, porque
habría de irse como todos nos vamos, “uno no se muere cuando debe”, escribió en
su más famosa obra Cien Años de Soledad. García Márquez padecía una extraña
enfermedad que nos mantuvo durante días especulando sobre su suerte. Su imagen
debilitada parecía mostrarnos la naturaleza de un ser al que ya veíamos como
inmortal luciendo su flor amarilla en señal de reconciliación con la vida. “Uno
no se muere cuando debe, sino cuando puede”, y no precisamente cuando quiere,
entonces podríamos concluir que solo hasta ahora, “algo” le permitía al
escritor “poder” abandonar el mundo, y entonces podremos especular lo que nos
dé la gana sobre sus motivos. He aquí el
fragmento donde lo menciona
Una mañana [Aureliano Buendía] encontró
a Úrsula llorando bajo el castaño, en las rodillas de su esposo muerto. El
coronel Aureliano Buendía era el único habitante de la casa que no seguía
viendo al potente anciano agobiado por medio siglo de intemperie. «Saluda a tu
padre», le dijo Úrsula. Él se detuvo un instante frente al castaño, y una vez
más comprobó que tampoco aquel espacio vacío le suscitaba ningún afecto.
-¿Qué dice? -preguntó.
-Está muy triste -contestó Úrsula-
porque cree que te vas a morir.
-Dígale -sonrió el coronel- que uno no se muere
cuando debe, sino cuando puede.