jueves, 23 de enero de 2014

Carlos Fuentes y su ausencia de mi librero

Carlos Fuentes y su ausencia de mi librero.
Por Carlos Hernández Guerrero
Mayo de 2012

Rápido corrió la voz, las redes sociales tienen esa característica de mostrarnos los cambios que sufre el mundo con fantástica rapidez. Carlos Fuentes había muerto y así se manifestaba en los mensajes de Twitter y Facebook, los preferidos de mis contactos y mío por supuesto.

Apenas la noticia comenzaba a difundirse, me vino a la memoria el hecho de que en mi librero no había ninguna obra de este escritor mexicano. Y es que, podría pensarse que no es un autor de mi gusto, y en efecto, no lo es, como otros de los cuales guardo varias de sus obras, pero bien podría considerarse que es obligado para cualquiera que se diga amante de la tradición literaria mexicana, Fuentes está entre los más representativos de la literatura de nuestro país.

Pero la ausencia de sus libros en mi biblioteca, obedece a un fenómeno que es muy conocido entre aquellos que tenemos la costumbre de compartir esa rara riqueza, y así fue como no pude recordar a quién presté mis únicos dos tomos de este escritor: “La Muerte de Artemio Cruz” y “La Región Más Transparente” (que por cierto éste último ignoraba que había sido su primer novela).

Esos libros había llegado a mi debido a mi antigua costumbre de visitar aquél tianguis popular de la ciudad conocido como “Línea de Fuego” en la ciudad de León, Gto., entre un montón de autores diversos, didáctica de la vieja escuela y revistas de escaso valor educativo, tenía que escarbar para lograr encontrar algo que valiera la pena (mi amigo Rafael Jiménez conserva todavía esta vieja tradición). De este modo, salieron a la luz y por escasos 45 pesos, pude llevarme algunos varios más de los que ya no me puedo acordar. Es un buen ejercicio que permite rescatar objetos que al paso de los marchantes son completamente ignorados.

Entre su estilo de escribir puedo considerar que emplea un lenguaje sencillo, basado en lo cotidiano. En la palabra que finalmente es universal, independientemente del idioma, la escritura de Fuentes procura una relación con el permanente mundo que rodeaba a este hombre de letras para colocar en nuestra capacidad de lectura el modo tradicional con que logramos comunicarnos.

Lo popular es base fundamental de la expresión artística y sin embargo, esta forma de imprimirla tiene una complejidad enorme en el proceso de lograr trasladarla desde lo imaginario hasta la mente del lector. Decía Cervantes: “... para componer historias y libros de cualquier suerte que sean, es necesario un gran juicio y un maduro entendimiento”. Adolfo Castañón coloca a Fuentes entre los escritores que representan la columna vertebral de la tradición literaria mexicana, entre los que menciona a Xavier Villaurrutia, José Emilio Pacheco, Jorge Cuesta, Carlos Monsiváis, Salvador Elizondo, entre otros, anotando que esta diversidad da síntomas de que la literatura mexicana goza de buena salud y que el siglo XX puede considerarse como un siglo de oro.

La otra inquietud que me despertó respecto al protagonismo de Fuentes, se dio en los últimos días cuando un precandidato que según se lee en los medios, goza de las mayores preferencias electorales, cometió una burrada al equivocar la autoría de una de sus obras (La Silla del Águila la atribuyó a Enrique Krauze) a lo que llevó al escritor a colocar con mayor claridad su postura personal señalando que “Este señor (Peña) tiene derecho a no leerme (...) Lo que no tiene derecho es a ser presidente de México a partir de la ignorancia, eso es lo grave”. Peña Nieto incurre en un error de carácter político cuando se trata de mostrarse ante los electores como un hombre con cierto grado de cultura o al menos, afición por los libros. Ignoró peligrosamente aquella recomendación histórica que obliga al que pretende o ejerce el poder, mostrar una imagen en que “no sólo es importante ser, sino también parecer”, y el ex gobernador del Estado de México quiso parecer y ante la opinión pública quedó una imagen triste pero real de la que padece la enorme mayoría de los mexicanos. El político mexiquense no era del agrado del escritor también autor de Aura, Gringo Viejo, y más, necesitaba un pretexto para poder mostrar su posición antagónica a un posible regreso de un régimen, y como dicen en el medio popular “se puso de pechito”.

Pero es que la cultura de la lectura en México es una pena, un fenómeno social que describe el grado en que pretendemos colocar mensajes de aliento entre la juventud donde el sistema actual que nos gobierna lo mantiene en pobreza de carácter educativo. En un homenaje a Fernando Benítez donde también participó Fuentes, José Emilio Pacheco afirmó: “yo no quisiera ensañarme con ningún caído pero me parece una auténtica tragedia, no de este señor, sino de México, de todos los que trabajamos en la cultura mexicana”, expresó. (Revista Proceso, Diciembre 2011), y agrega “Si no lee no puede tener lenguaje y sin lenguaje no puede pensar en los problemas del país… los límites del lenguaje son los límites del pensamiento; no es un fracaso de él sino de todos los que hemos trabajado en la cultura mexicana”.

Carlos Fuentes participó en ese género experimental del sonido, una grabación que Castañón califica como “género testimonial o histórico”, donde el mismo autor hace una grabación de su propia obra, hace una interpretación con su timbre y vocalización acerca de su propio texto, siendo un actor de su propia obra creativa. Algo que espero pronto poder conseguir o buscar en ese fantástico repositorio de información que es la Internet y que tengo entendido que este proyecto fue impulsado por el Fondo de cultura Económica llamado “Entre Voces” y ahí podremos encontrar a escritores como Jaime Sabines (uno de mis preferidos), Alí Chumacero, Augusto Monterroso, Juan Rulfo, entre otros maravillosos autores.

La ausencia de los libros de Fuentes en mi biblioteca personal no había venido a representar una preocupación hasta ahora. Cuando ese par de textos llegaron a mí, era obvio que venían con esas alas que les da su carácter de ubicuidad, cuando son leídos y luego cuando se van, dan una sensación de que permanecen contigo. Sin duda tendré que conseguirlos y volver a leerlos, son tantos años los que pasaron y ahora se vuelven casi indispensables por el hecho de que al igual que la partida de otros grandes escritores como Saramago o Monsiváis, impactan con mayor fuerza en la conciencia (y el precio con seguridad va a dispararse).
Leer enriquece el espíritu crítico, ayuda a cuestionar el conocimiento y plantear las diversas alternativas para el mundo en constante cambio, o de otro modo, la chingada estará a sólo un paso de “nuestras legítimas aspiraciones”.

Tomado de mis memorias personales.
Carlos Hernández Guerrero
Mayo de 2012


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