sábado, 12 de febrero de 2022

El infinito en un junco, o el temporal de la memoria

 

Una reflexión sobre la obra de Irene Vallejo: “El infinito en un junco”

Por Carlos Hdez. Guerrero / febrero 2022.

Cuando tenemos un libro en nuestras manos, cuando yo tuve mis primeros libros siendo un niño que aún no conocía las letras, lo último que me preguntaba (y quizás la mayoría de nosotros) era de dónde provenía el material con que fueron manufacturados (el goce por percibir el olor que desprenden aquellos libros nuevos de texto gratuito en mi educación primaria es uno de los mejores recuerdos de infancia).


Aun a edad temprana, ya había llegado a mí la palabra “papiro”. El maestro de la escuela nos aclaraba que de ahí proviene la palabra “papel”. Luego, vienen los encuentros con diversas personas, lecturas y documentales de TV en donde papiro está sólo relacionado con materiales y culturas de la antigüedad, en un ejercicio cuasi antropológico en primer nivel.

Así, “descubrimos” que, entre otras cosas, un Juncal es una fuente invaluable de recursos para elaborar esos pergaminos que contendrán símbolos, dibujos… lenguaje representado con ideas, pensamientos, sentimientos… mensajes de condena o de aliento, recetas de cocina, envolturas para regalos, en fin.

Mi biblioteca personal rebasa los 960 objetos de papel y, aun así, cuestionar su forma de elaboración no forma parte de mis ocupaciones, generalmente hago lo que sé hacer con ellos: leer. Aprecio mucho el hacer todavía esa labor, como decíamos casi de historiador y arqueólogo, cuando el tema nos encamina al pasado para encontrar explicaciones que muchas de las cosas que hoy en día ocurren. Comprender el origen de una palabra, desde que tuve cursos de etimologías grecolatinas siempre me ha fascinado (no sé por qué no he tenido mayor dedicación a esto).

Pero el libro de Irene Vallejo me pone en un plano completamente tridimensional, me explico: vivir la cotidianeidad y enlazarla con el pasado, me imprime una pantalla fantástica, como esos juegos de kinect montados en una Xbox, donde en el horizonte van apareciendo escenarios diversos y yo voy navegando de pie sobre mi tabla de surf tomando los premios que flotan, librando diversos obstáculos a diferentes velocidades (cada quien le imprime su ambiente y lo vive en su faceta de lector).

La configuración de mi juego (yo frente a mi libro) tiene un ambiente predeterminado: lo que ya sé y conozco. Por otro lado, lo que ha de venir (nuevos descubrimientos), y luego cómo enfrento cada circunstancia que combina estos elementos. El infinito en un junco tiene por naturaleza este principio, pero en el estilo de Vallejo, su ensayo a manera de narrativa en primera persona, me mantiene en constante diálogo cuestionando mis saberes y, sobre todo, en dónde los he utilizado a lo largo de mi vida.

Mi comienzo en la lectura fue un libro que descubrí en casa: Lecciones de Escritura Sagrada, que usaban mis hermanos mayores quienes estudiaban en escuelas privadas religiosas. Me intrigaba por sus imágenes, crueles a mi modo de ver y contrastes con otras donde algunos rostros impregnaban sentimientos como piedad. Debo aclarar que aún no conocía el abecedario.

Más adelante, en mis lecciones de catecismo tomaron forma, en una comprensión que no dejaba de ser cuestionable para mi escasa formación educativa. Ya estaba encendido mi aparato de kinect, la velocidad comienza a ser vertiginosa, pero lo que logro atrapar en el viaje contiene importantes bonos de recompensa, pocos pero muy valiosos.

Mi pantalla mental ya no es un gran muro como el de los cines, en blanco. No, ahora es un vertiginoso cambio en la intensidad de la luz, una proyección cuyo origen está en los libros que comienzo a abrir, y mi capacidad mental es insuficiente para comprenderlo. Es interesante, que, a pesar de esa falta de interpretación, lo que se va ganando es una interminable cantidad de preguntas que a veces en el mismo día obtienen respuestas (incluso gracias al apoyo a mi madre y una tía que fueron profesoras).

Mi siguiente experiencia tuvo que ver con una enciclopedia científica, un conjunto de libros de la colección Time Life en donde se analiza el mundo de manera temática. De este modo, y sólo puedo calificarlo de maravilloso, encuentro respuestas a diversas cosas que me intrigaban: el espacio exterior, el mar, los barcos, los aviones, el mundo de los peces, los mamíferos, etc. Pero mi juego continúa su curso en esa especie de cabina mágica, que me hace caer constantemente. Pierdo el equilibro con fenómenos incomprensibles, palabras difíciles de pronunciar, personajes extraños y un choque constante con mis antiguas formas de mirar al mundo. Monto de nuevo mi tabla de surf y ahora con más velocidad, avanzo y recojo esos bonus que tienen formas de bolsas de dinero, de coronas chapeadas en oro, de baúles de madera con collares de perlas que cuelgan entre montón de monedas y bastones como los del rey Tut.

La siguiente parada es un tomo de mi admirado Isaac Asimov, que igualmente llegó por causa bendita de mis hermanos mayores: Las lunas de Júpiter, cuyo protagonista es Lucky Star, y como una novela policiaca debe resolver una amenaza trama de malvados que buscan como siempre desestabilizar a un sistema bueno de la gran aventura humana por colonizar el espacio. Entre mis grandes bonus adquiridos, está un fenómeno mencionado ahí (por supuesto es ciencia ficción): los túneles de VanGraff, una especie de caminos por donde es posible trasladarse dentro de las naves y llegar en tiempos reducidos. El ingenio de Asimov siempre juega con una sinergia entre realidad de la física con la fantasía; este entre otros detalles, me llevaron a investigar todo lo relacionado con los viajes espaciales y más tarde relacionarme con escuelas y universidades en cuestiones de física y astronomía (un tiempo colaboré en el Instituto de Física de la Universidad de Guanajuato con un gran maestro quien a escasos meses de conocer falleció tristemente, un gran impulsor de este centro de investigación, el Dr. Cliserio Avilés).

Un pasaje maravilloso, dentro de toda la interesante narrativa de nuestra obra en cuestión, es esa representación mental que logra al describirnos el puerto de Alejandría, con esos barcos que mientras descargan o reciben mercancías, son abordados por una especie de agentes aduanales quienes, lejos de calcular los impuestos obligados, investigan en su interior la posible presencia de rollos y otros materiales que posean notas o registros de pensadores o temas diversos de las culturas con el fin de “confiscar temporalmente” para ser traducidos y copiados en las salas de la gran Biblioteca. Una escena fantástica que quisiéramos ver en las políticas actuales de los diferentes gobiernos del mundo para adquirir, resguardar y compartir todo el conocimiento que hace falta a las sociedades actuales, atrapadas en un panorama de disociación colectiva en cuanto a su percepción y apreciación de la realidad. La virtualización es importante, casi necesaria para ciertas necesidades del mundo contemporáneo, dictaminado por los avances de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, la Industria 4.0 le imprime un papel de indispensable, directiva que dictamina la sobrevivencia de los nuevos negocios, lo cual no es precisamente cierto; si no me creen, acudan a las grandes obras de la ciencia ficción, desde donde se nos advierte los niveles de estupidez humana que al final, nos arrastran a siglos atrás sumergidos en caos y sociedades carentes de sentido humano.

Puedo hablar de muchos libros y autores más, desde mi iniciación a escasos 4 años y hasta el momento, pero me pregunto si el infinito, que en matemáticas preferimos colocarle el mote de “indeterminado”, es acaso un depósito de nuestra memoria y sentimientos. Irene Vallejo nos traslada a esta reflexión.

Al igual que otro admirado, el maestro Carl Sagan, imagino a una nave en donde se pueda depositar cada uno de nuestros sueños, y ser lanzada al espacio lejano, hacia donde alguna conciencia pueda descubrir y, al igual que mi viaje por mi XBox pueda ser nuevamente reproducida creando nuevos retos a estas mentes de más allá de nuestras fronteras.

Mi incursión en temas donde la incertidumbre que arrastra la mecánica cuántica (pero sin ser profesional) me ha colocado en un permanente cuestionamiento, de duda sobre lo aprendido. Lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, complejo de plasmar en teorías y fórmulas, ¿acaso es más fácil comprender hasta dónde un junco puede almacenar toda nuestra vida y sus recuerdos, incluyendo la del cosmos? La imaginación parece que lo permite, y necesitamos un gran humedal en nuestras aspiraciones de exploradores, para que, al igual que el Nilo, nos provea de grandes brazadas de juncos, y luego, encaminarnos a nuestra casa alejandrina para que, luego de ser incautados por los empleados de la biblioteca, copien y depositen enormes rollos de la historia del mundo. Seremos los nuevos Ptolemaicos luchando por construir la esperanza que hoy está perdida en las luchas ciegas por el poder.

FIN.

Preparado especialmente para el círculo Amigos lectores.

Viralicemos la lectura.

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