Una reflexión
sobre la obra de Irene Vallejo: “El infinito en un junco”
Por Carlos Hdez.
Guerrero / febrero 2022.
Aun a edad
temprana, ya había llegado a mí la palabra “papiro”. El maestro de la escuela
nos aclaraba que de ahí proviene la palabra “papel”. Luego, vienen los
encuentros con diversas personas, lecturas y documentales de TV en donde papiro
está sólo relacionado con materiales y culturas de la antigüedad, en un
ejercicio cuasi antropológico en primer nivel.
Así,
“descubrimos” que, entre otras cosas, un Juncal es una fuente invaluable de
recursos para elaborar esos pergaminos que contendrán símbolos, dibujos…
lenguaje representado con ideas, pensamientos, sentimientos… mensajes de
condena o de aliento, recetas de cocina, envolturas para regalos, en fin.
Mi biblioteca
personal rebasa los 960 objetos de papel y, aun así, cuestionar su forma de
elaboración no forma parte de mis ocupaciones, generalmente hago lo que sé
hacer con ellos: leer. Aprecio mucho el hacer todavía esa labor, como decíamos
casi de historiador y arqueólogo, cuando el tema nos encamina al pasado para
encontrar explicaciones que muchas de las cosas que hoy en día ocurren.
Comprender el origen de una palabra, desde que tuve cursos de etimologías
grecolatinas siempre me ha fascinado (no sé por qué no he tenido mayor
dedicación a esto).
Pero el libro de
Irene Vallejo me pone en un plano completamente tridimensional, me explico:
vivir la cotidianeidad y enlazarla con el pasado, me imprime una pantalla
fantástica, como esos juegos de kinect montados en una Xbox, donde en el
horizonte van apareciendo escenarios diversos y yo voy navegando de pie sobre
mi tabla de surf tomando los premios que flotan, librando diversos obstáculos a
diferentes velocidades (cada quien le imprime su ambiente y lo vive en su
faceta de lector).
La configuración
de mi juego (yo frente a mi libro) tiene un ambiente predeterminado: lo que ya
sé y conozco. Por otro lado, lo que ha de venir (nuevos descubrimientos), y
luego cómo enfrento cada circunstancia que combina estos elementos. El infinito
en un junco tiene por naturaleza este principio, pero en el estilo de Vallejo,
su ensayo a manera de narrativa en primera persona, me mantiene en constante
diálogo cuestionando mis saberes y, sobre todo, en dónde los he utilizado a lo
largo de mi vida.
Mi comienzo en
la lectura fue un libro que descubrí en casa: Lecciones de Escritura Sagrada,
que usaban mis hermanos mayores quienes estudiaban en escuelas privadas
religiosas. Me intrigaba por sus imágenes, crueles a mi modo de ver y
contrastes con otras donde algunos rostros impregnaban sentimientos como
piedad. Debo aclarar que aún no conocía el abecedario.
Más adelante, en
mis lecciones de catecismo tomaron forma, en una comprensión que no dejaba de
ser cuestionable para mi escasa formación educativa. Ya estaba encendido mi
aparato de kinect, la velocidad comienza a ser vertiginosa, pero lo que logro
atrapar en el viaje contiene importantes bonos de recompensa, pocos pero muy
valiosos.
Mi pantalla
mental ya no es un gran muro como el de los cines, en blanco. No, ahora es un
vertiginoso cambio en la intensidad de la luz, una proyección cuyo origen está
en los libros que comienzo a abrir, y mi capacidad mental es insuficiente para
comprenderlo. Es interesante, que, a pesar de esa falta de interpretación, lo
que se va ganando es una interminable cantidad de preguntas que a veces en el
mismo día obtienen respuestas (incluso gracias al apoyo a mi madre y una tía que fueron
profesoras).
Mi siguiente experiencia
tuvo que ver con una enciclopedia científica, un conjunto de libros de la
colección Time Life en donde se analiza el mundo de manera temática. De este
modo, y sólo puedo calificarlo de maravilloso, encuentro respuestas a diversas
cosas que me intrigaban: el espacio exterior, el mar, los barcos, los aviones,
el mundo de los peces, los mamíferos, etc. Pero mi juego continúa su curso en
esa especie de cabina mágica, que me hace caer constantemente. Pierdo el
equilibro con fenómenos incomprensibles, palabras difíciles de pronunciar,
personajes extraños y un choque constante con mis antiguas formas de mirar al
mundo. Monto de nuevo mi tabla de surf y ahora con más velocidad, avanzo y
recojo esos bonus que tienen formas de bolsas de dinero, de coronas chapeadas
en oro, de baúles de madera con collares de perlas que cuelgan entre montón de
monedas y bastones como los del rey Tut.
La siguiente
parada es un tomo de mi admirado Isaac Asimov, que igualmente llegó por causa
bendita de mis hermanos mayores: Las lunas de Júpiter, cuyo protagonista es
Lucky Star, y como una novela policiaca debe resolver una amenaza trama de
malvados que buscan como siempre desestabilizar a un sistema bueno de la gran
aventura humana por colonizar el espacio. Entre mis grandes bonus adquiridos,
está un fenómeno mencionado ahí (por supuesto es ciencia ficción): los túneles
de VanGraff, una especie de caminos por donde es posible trasladarse dentro de
las naves y llegar en tiempos reducidos. El ingenio de Asimov siempre juega con
una sinergia entre realidad de la física con la fantasía; este entre otros
detalles, me llevaron a investigar todo lo relacionado con los viajes
espaciales y más tarde relacionarme con escuelas y universidades en cuestiones
de física y astronomía (un tiempo colaboré en el Instituto de Física de la
Universidad de Guanajuato con un gran maestro quien a escasos meses de conocer
falleció tristemente, un gran impulsor de este centro de investigación, el Dr.
Cliserio Avilés).
Un pasaje
maravilloso, dentro de toda la interesante narrativa de nuestra obra en
cuestión, es esa representación mental que logra al describirnos el puerto de
Alejandría, con esos barcos que mientras descargan o reciben mercancías, son
abordados por una especie de agentes aduanales quienes, lejos de calcular los
impuestos obligados, investigan en su interior la posible presencia de rollos y
otros materiales que posean notas o registros de pensadores o temas diversos de
las culturas con el fin de “confiscar temporalmente” para ser traducidos y
copiados en las salas de la gran Biblioteca. Una escena fantástica que
quisiéramos ver en las políticas actuales de los diferentes gobiernos del mundo
para adquirir, resguardar y compartir todo el conocimiento que hace falta a las
sociedades actuales, atrapadas en un panorama de disociación colectiva en
cuanto a su percepción y apreciación de la realidad. La virtualización es
importante, casi necesaria para ciertas necesidades del mundo contemporáneo,
dictaminado por los avances de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, la
Industria 4.0 le imprime un papel de indispensable, directiva que dictamina la
sobrevivencia de los nuevos negocios, lo cual no es precisamente cierto; si no
me creen, acudan a las grandes obras de la ciencia ficción, desde donde se nos
advierte los niveles de estupidez humana que al final, nos arrastran a siglos
atrás sumergidos en caos y sociedades carentes de sentido humano.
Puedo hablar de
muchos libros y autores más, desde mi iniciación a escasos 4 años y hasta el
momento, pero me pregunto si el infinito, que en matemáticas preferimos
colocarle el mote de “indeterminado”, es acaso un depósito de nuestra memoria y
sentimientos. Irene Vallejo nos traslada a esta reflexión.
Al igual que
otro admirado, el maestro Carl Sagan, imagino a una nave en donde se pueda
depositar cada uno de nuestros sueños, y ser lanzada al espacio lejano, hacia
donde alguna conciencia pueda descubrir y, al igual que mi viaje por mi XBox
pueda ser nuevamente reproducida creando nuevos retos a estas mentes de más allá
de nuestras fronteras.
Mi incursión en temas donde la incertidumbre que arrastra la mecánica cuántica (pero sin ser profesional) me ha colocado en un permanente cuestionamiento, de duda sobre lo aprendido. Lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, complejo de plasmar en teorías y fórmulas, ¿acaso es más fácil comprender hasta dónde un junco puede almacenar toda nuestra vida y sus recuerdos, incluyendo la del cosmos? La imaginación parece que lo permite, y necesitamos un gran humedal en nuestras aspiraciones de exploradores, para que, al igual que el Nilo, nos provea de grandes brazadas de juncos, y luego, encaminarnos a nuestra casa alejandrina para que, luego de ser incautados por los empleados de la biblioteca, copien y depositen enormes rollos de la historia del mundo. Seremos los nuevos Ptolemaicos luchando por construir la esperanza que hoy está perdida en las luchas ciegas por el poder.
FIN.
Preparado especialmente para el círculo Amigos lectores.
Viralicemos la lectura.
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